La aparición de los Chalecos Amarillos en Francia, se interpreta como un punto de inflexión que aparecerá posiblemente en los próximos libros de historia. Todavía perdura esa Francia cuyos dirigentes tienden a proclamarse herederos del general De Gaulle, ese militar que desafió al fascismo y capitaneó la liberación del país ocupado por el ejército alemán (1944). Todos los presidentes que han ostentado el poder tras “el general” proclaman ser sus herederos. Hace poco más de dos meses, surge el movimiento de contestación popular que hace temblar los muros de ese ficticio edificio de Poder: la actual presidencia de la República vecina.
Ese movimiento tan especial brota tras años de cansancio, y suele ser asociado a las “Jacqueries” provincianas del medievo. Esas regiones que se rebelaban contra el rey. En infinidad de ocasiones a lo largo de su historia, la Francia periférica se ha sublevado contra el poder centralizador Jacobino y pre-Jacobino, ya que mucho antes del “jacobinismo” existía esa centralización en torno a París. Lugar donde se asientan, los ministerios y el Poder (con mayúsculas). Desde tiempos anteriores a la Revolución de 1789, SIEMPRE se ha gobernado desde la Capital CONTRA las provincias.
Los Chalecos Amarillos claman: ¡Las provincias también existen! Lo expresan de manera extremadamente pragmática y sencilla, sin ninguna carga ideológica. Los Jacobinos eran ideólogos, y grandes lectores de Rousseau. Hablaban del Pueblo (en mayúsculas) del Contrato Social (en mayúsculas), de la República (en mayúsculas), etc. Rousseau expresa esos valores de la forma siempre grandilocuente que impone en su discurso: "el pueblo no solo debe ser libre, se le tiene incluso que obligar a ser libre". El problema es que ese pueblo (ya en minúsculas), entiende que SU libertad es (entre otras cosas) el derecho básico a poder comer. Cuando nos asomamos a la historia de la Revolución Francesa, mucho antes de 1789, la gente planteaba exactamente las mismas peticiones de hoy: pan para alimentarse, leche para sus hijos, jabón para lavarse, velas para ver por las noches, leña con que calentarse, etc. Digamos que sus reivindicaciones son claras y tangibles, no tienen carga ideológica alguna. Hay necesidades básicas que cubrir, y esa es su demanda. De hecho, así es como empiezan las Revoluciones.
Los Jacobinos recuperan (por supuesto) esas peticiones en el momento revolucionario de 1789. Los Girondinos (Girondins en francés) también las recuperan pero pretenden asociar esa idea al reconocimiento completo de las provincias y regiones, para que éstas se sientan parte integrante de la Nación, dejando de ser meras delegaciones del Poder centralizador en París. Quienes conocen la historia de Francia, ya saben lo que pasó: Robespierre condenó a los Girondinos a la guillotina, y la tendencia descentralizadora se esfumó. La República Francesa sigue hoy siendo Jacobina, centralizada y centralizadora. No obstante, si bien de los 65 millones de franceses 25 viven en las grandes ciudades, los 40 millones restantes viven en pequeñas ciudades, pueblos y aldeas.
Cuando los Chalecos Amarillos toman las rotondas y salidas de autopista, retoman ese "sueño Girondino" descentralizador exigiendo al Poder que trate a todos los ciudadanos del Estado por igual. Antaño la gente salía de su casa en el pueblo, iba a comprar el diario, el pan, la carne, se cortaba el pelo, tomaba su aperitivo charlando en la plaza con sus amistades, etc. Las afueras de los pueblos estaban destinadas a los cementerios. Hoy las afueras han sido copadas por centros comerciales, y no solo ese ejército de pequeños comercios ha sido liquidado. También también se han liquidado muchos servicios públicos.
El Poder central y sus "corifeos" dicen que los Chalecos Amarillos no quieren pagar impuestos, lo cual es falso, nadie en Francia se niega a pagar impuestos siempre y cuando perciba su reversión. El Estado insiste argumentando que los impuestos sirven para pagar la educación, la sanidad, y el resto de servicios públicos necesarios. También es falso en parte, porque mientras los olvidados del campo y las provincias pagan religiosamente sus impuestos. Año tras año, ven como se les van cerrando escuelas, hospitales, maternidades, estaciones de ferrocarril y resto de servicios considerados básicos. No perciben en absoluto la utilidad de pagar tan elevados impuestos a un Estado centralizado, que con la sempiterna excusa de la dudosa “rentabilidad”, les obliga a recorrer decenas de kilómetros en coche para ir a trabajar, al médico, o simplemente llevar a sus hijos a la escuela.
Cuando el Estado se lanza a subir el impuesto sobre carburantes, aparece esa gente que al no poder hacer frente a sus gastos, invoca algo parecido al concepto marxista de lucha de clases. Hace décadas que existe una Francia de “arriba” que poco a poco aplasta a la de “abajo”. Ahora, los empobrecidos e ignorados, pretenden invertir la relación: los de abajo toman la calle para clamar contra la injusticia dictada por los de arriba. No se trata de destruirlos, solo plantean su necesidad de supervivencia: no quieren morir sumidos en la desilusión, el desencanto y la miseria impuesta por esa "casta" dominante de tecnócratas que legisla desde la capital, siempre sorda y ciega ante su desamparo de los menos pudientes provincianos.
Entre los beneficios sociales aportados por los Chalecos Amarillos, se encuentra la importante criba política que su aparición ha provocado. Nos ha permitido analizar de que lado está cada cual en el complejo tablero político del país.
Hay reacciones que han permitido etiquetar los diversos lados de la barrera. No es que el movimiento fuera muy optimista, pero no deja de sorprender lo que se ve: muchos grandes periodistas, artistas y demás gente con alta presencia en los medios (y elevados ingresos), atacan al movimiento porque su bolsillo les permite vivir muy holgadamente en el entorno del tratado de Maastricht y su Euro. Para ellos no pasa nada grave, ya que la miseria que hay en Francia no va nunca a parar a los barrios ricos donde ellos viven. La miseria, a veces generadora de delincuencia, se instala obviamente donde viven los menos afortunados.
Por otra parte, esos ricos intelectuales y periodistas han salido todos unidos a atacar la movilización alegando que los Chalecos amarillos son anti-semitas, homófobos, anti-matrimonio para todos, racistas, en resumen: una panda de fascistas incultos.
Claro que lo tenían muy fácil: sacan las cámaras a la calle, encuentran a un zopenco con chaleco que dice odiar a los judíos, y ya tenemos el amalgama en marcha: son todos anti-semitas. Encuentran en otra rotonda al ceporro que dice no querer a los homosexuales, y ya está servido el cliché generalizador de siempre: los chalecos amarillos son todos homófobos, racistas, anti-semitas, etc. Así de fácil se construyen las falsas verdades que esputan los medios de desinformación de masas.
Sin embargo, cuando en las rotondas se comparte la cena de Navidad, cuando hay voluntarios ayudando a vigilar los niños de todos, cocinando cenas comunitarias, cuidando ancianos desvalidos, o compartiendo su pan con los más necesitados, eso ya no interesa ni sale en los medios. Esa noticia sobre el movimiento no se divulga porque no tiene morbo alguno.
Otra curiosidad informativa: cuando profesionales de la delincuencia se incrustan en una manifestación para romper y destruir coches, escaparates, motos, aceras, mobiliario urbano, etc. están siempre presentes las cámaras de TV para filmar. Así, el ministro del interior podrá decir que los Chalecos Amarillos lo rompen todo. Entre otras cosas porque nadie viene raudo a impedir que los que rompen y queman, prosigan su labor de destrucción. Interesa que así sea porque es la mejor forma de ponerles la etiqueta de delincuentes. Los que rompen no son detenidos nunca a tiempo, para poder alimentar la leyenda urbana de que el colectivo es enemigo del bien común y de la República.
Esa es la terrible imagen que el Poder y sus medios afines necesita mostrar por TV para así legitimar la enorme represión de las protestas: es la mejor forma de que sean mal vistas por los tele-espectadores, por muy justas que sean. A nadie en su sano juicio le parece bien el dantesco espectáculo de la destrucción de bienes privados o públicos. Por eso mismo, pasan en bucle infinito las barbaridades en todas las cadenas a diario. (ojo, estoy en contra de toda violencia, venga de donde venga. NO estoy justificando nada)
Evidentemente, hay intentos de “recuperación” del movimiento. Tanto Mélenchon (El jefe del hermano francés de Podemos) como Marine Le Pen (la que felicitó efusivamente a Vox por su triunfo en Andalucía) , dicen que ellos no quiere recuperar nada pero se apuntan a un bombardeo con tal de recuperar ese movimiento de indignación. Son los santones de la negación del Euro y del tratado de Maastricht, y tienen razón en su negación. Aunque lo hacen cómodamente sentados en sus escaños de la Asamblea Nacional (el Congreso francés). Viven a cuerpo de rey en las instituciones, muy bien pagados por las instituciones. Son la “oposición oficial” al gobierno de Macron. Aunque no parece que el movimiento se deje recuperar, más bien rechaza todo tipo de acercamiento a lo que consideran partidos de la “Vieja Política” apoltronados en sus escaños.
A Macron le encantará saber que los Chalecos Amarillos van a presentarse a las elecciones. Los neo-liberales deben estar brindando con champán tras el anuncio de listas para las Europeas. Poco beneficio van a sacar a cambio de arriesgarse a perderlo todo.
La Europa de Maastricht ha trabajado muy duro en lo que Marx llamó la “pauperización”: creación de capas sociales cada vez más numerosas y empobrecidas, en beneficio de una muy reducida minoría de ricos (muy ricos), que el actual andamiaje político europeo está implantado y extendiendo a todos los países miembros de la UE.
En 1794 el francés “Babeuf” inventó el término: “populicida”. Llamaba populicida al exterminador del pueblo. Al parecer esa palabra define a la perfección la situación actual de los pueblos de Europa. Al día de hoy, Jean-Claude Juncker presidente de la Comisión Europea, podría considerarse el populicida en jefe.
Nadie en la oficialidad del Estado francés, asocia el sufrimiento social que encarnan los Chalecos Amarillos, con la firma del tratado de Maastricht por Francia en 1992. Tal vez sería oportuno señalar que en 2005 hubo un referendum en el que Francia votó mayoritariamente contra esa Europa, pero no se hizo ni caso a la opinión popular: “¿no lo queréis? Lo tendréis igualmente”. Con el tratado de Lisboa, se impuso lo que la gente había rechazado anteriormente.
Cabe pensar que estamos ante lo que podría llamarse “el regreso del Pueblo”. La vuelta a las calles de las gentes humildes agotadas que quieren recuperar una vida digna, aunque nada se sabe de lo que depara el futuro a semejante sueño. España pasó por el 15M, y los resultados no son precisamente muy esperanzadores.
Contrariamente a las ideas que destilan los serviles medios de comunicación, un populista es alguien que le habla al pueblo en el lenguaje del pueblo. Es el que dice siempre: no olvidéis que el pueblo existe, y la palabra DEMOCRACIA significa: el poder del pueblo, ejercido por el pueblo y para el pueblo. NO el poder de una oligarquía rodeada de tecnócratas que manipulan la palabra y su sentido, al tiempo que hurtan el poder democrático a sus legítimos propietarios: las gentes humildes que SI son "el pueblo". Único depositario de su propio destino, y ya harto de tanta mentira y latrocinio.
Helio Yago.
PS:Inspirado en lecturas, vídeos, conferencias, debates, y también las impagables aportaciones del gran filósofo: "Michel Onfray" al que sigo ávidamente. ;)