Ayer tarde ardió Notre Dame de París, y se tardará en analizar seriamente las causas de semejante catástrofe. En todo caso, con ella perdemos un gran trozo de la cultura occidental judeo-cristiana. Es innegable que además de su belleza, esa hermosa catedral gótica ubicada en la isla de la Cité, simboliza la centralidad jacobina de París y de toda Francia.. En su “parvis” (plaza delantera desde la cual se puede apreciar toda la fachada) está ubicado el punto llamado “kilómetro cero” de Francia. En ese lugar confluyen todas las carreteras del país que conducen a la capital.
Accidente o no accidente, ya se sabrá. La parte que ha propagado el fuego se llama “la forêt”, “the forest” en inglés, o “el bosque” en castellano, aunque usando la misma etimología, se podría decir “la floresta”. Un enorme tejido de arcos en forma de ramas de árbol que soporta la inmensa techumbre. Es, o mejor dicho: era, de madera de roble y sus múltiples vértebras soportaban las pesadas placas de plomo que formaban el tejado del edificio. (Ayer oí hablar en la TV francesa, de un peso de 200 toneladas de plomo, pero puede estar equivocada dicha magnitud).
Se la conocía como el punto de partida de las cruzadas que salían a liberar Tierra Santa. Tenía en su “tesoro”, la supuesta corona de espinas con la que los romanos coronaron a Jesucristo antes de crucificarlo. Aunque desde el máximo respeto, me permito dudarlo ya que el mercado de falsos objetos santos ha sido siempre un gran negocio desde los inicios de la cristiandad. A esa duda, se añade otra: el hecho de que muchos historiadores afirman que Jesús nunca existió. Lo dejo ahí, porque no quiero dañar las creencias de nadie.
El imaginario popular recuerda (tal vez gracias a la abundante producción des los estudios Disney) la infinidad de películas serias y menos serias, basadas en la novela del inmortal Victor Hugo: “Notre Dame de Paris”. Evidentemente es una novela, así que: ni existió el jorobado Cuasimodo, ni la gitana Esmeralda ni la “Corte de los milagros”, todos ellos, fruto de la imaginación desbordante de Victor Hugo, que para afrontar una deuda dudosa, tuvo que escribir el relato en tres meses, ya que estaba sometido a fuertes presiones por sus acreedores.
Sin embargo si que existió y existe la enorme campana llamada "Enmanuel", la segunda en tamaño existente en Francia. Esa a la que el simpático jorobado Cuasimodo, hacía sonar al colgarse en ella balanceándose. En realidad la campana necesitaba la fuerza de 8 hombres para moverla hasta que se electrificó. Su badajo solo, ya pesa: 470Kg y la campana: 13.230Kg.
Ese edificio soportó los embates de la revolución de 1789 (el pueblo no era precisamente amante del papel del clero). También sobrevivió a la revolucionaria Comuna de París, y corrió su más serio peligro cuando Hitler, muy enfadado por la previsible pérdida de París y toda Francia, tras la invasión aliada de Normandía (6 de julio de 1944), ordenó la destrucción total de la capital francesa.
Sobre este asunto, algunos diarios españoles han ignorado la realidad cediendo a la fantasía que consiste en adornar y enredar la historia. Como en muchos casos, existe una leyenda falsa que atribuye al cónsul de Suecia en París, el hecho de haber convencido a Dietrich von Choltitz (general alemán al mando del Gran París) para que desobedeciera las órdenes de su Führer. Hay una obra de teatro que relata esa fantasía y que también ha sido llevada al cine. Se llama “Diplomatie” (Diplomacia).
Si bien es verdad que se negociaron algunas liberaciones de rehenes gracias a las presiones del Cónsul de Suecia, es cierto que von Choltitz no cumplió la orden del Führer y París no voló por los aires. También parece confirmarse que von Choltitz logró salvar el pellejo tras rendirse a un soldado republicano español llamado Antonio González, de la famosa compañía llamada “la Nueve”. Esos republicanos españoles, entraron a liberar París bajo el mando del general francés Leclerc (Precisamente por ser quienes eran los libertadores, cada año en la fiesta de la Liberación de París, ondea la bandera republicana española en su Ayuntamiento). Me parece evidente que si el general alemán hubiese cometido la barbaridad ordenada, le hubiesen condenado a muerte por crímenes de guerra y puede que incluso: por crímenes contra la humanidad.
La historia cuenta que tras pedir dinamitar París, un Hitler enloquecido y ya incapacitado para el mando, había prometido a von Choltitz unos refuerzos que nunca llegaron, y eso fue lo único que impidió que sus soldados, continuamente acosados por una resistencia ya muy crecida, se vieran en la incapacidad de actuar con seguridad para minar todos los monumentos, edificios representativos, y el centenar de puentes que cruzan el Sena a su paso por París. Si no pudieron minar lo ordenado, menos aún pudieron prender las mechas de lo ya minado…
De haberse podido ejecutar la orden, no solo París ya no se parecería en nada a la que conocemos, sino que solo la voladura de puentes hubiese provocado además de irreparables daños arquitectónicos, algo mucho peor: centenares de miles de muertes civiles inocentes. El caudal del Sena no solo se habría salido de su lecho por culpa del taponamiento provocado por los escombros procedentes de los puentes destruidos, sino que al inundar gran parte de la ciudad con varios metros de altura, habría provocado una colosal e imprevisible destrucción de incalculable coste en vidas humanas.
Es triste perder Notre Dame. Es triste verla arder tras siglos evitando muy serios peligros. A estas alturas y con los medios tecnológicos que poseemos, me resulta incomprensible que un descuido pueda haber sido la causa de tan irreparable daño histórico. No consigo asimilar semejante catástrofe, ya que todos los años en noviembre, suelo pasar a darme una vuelta por ese monumento nacional francés, propiedad del Estado, y de los pocos que quedaban con entrada gratuita a todas horas. Incluso durante la celebración de oficios religiosos, se podía visitar. También recuerdo con triste añoranza, aquellos conciertos de los domingos cuando me temblaba el cuerpo con el sonido de su magnífico órgano… Una gran pena…
Helio Yago.