Porque creo que pasan algunas cosas…
Llevo unas tres semanas siguiendo el movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia, y no puedo dejar de establecer ciertos paralelismos con lo ocurrido ayer en Andalucía. Puede que esté equivocado, pero si dejo de pensar entonces me estaré traicionando, y eso es algo que no me voy a permitir. Así que sigo adelante con mis reflexiones que no están en absoluto pensadas en cosechar el típico “me gusta” de Facebook, sino en provocar reacciones, controversia, debate y ojalá fuera yo capaz: una reflexión colectiva.
Hace año y medio, Francia votaba a Macron: un joven presidente de la misma cosecha y camada que nuestro ínclito Albert Rivera. Al día de hoy, no solo arden las calles de París, sino que las rotondas de todo el país tienen piquetes de ciudadanos auto-proclamados “apolíticos”, los cuales, además de bloquear Francia, piden la cabeza de su presidente, al que acusan de haberles estafado. En el preciso momento en que me preparaba ayer noche a escribir algo sobre ese movimiento francés, me cayo encima como una pesada losa el resultado de las elecciones andaluzas.
Y empecé a pensar, ¿que escribir?… no es que me considere especialmente dotado para ello, sino que mi estado de discapacidad física no me deja muchas alternativas creativas, salvo la escritura. Aún así, hoy precisamente, Día Mundial de las personas con Discapacidad, no he querido ir, una vez más a Les Corts (Las cortes valencianas) a manifestarme. La razón es bien sencilla: las personas que sufrimos una o varias discapacidades, o dicho de otro modo: Diversidades Funcionales, no necesitamos de un día especial. Todos nuestros días son de Discapacidad. Por consiguiente no tengo nada concreto que celebrar hoy, salvo el estar vivo un día más.
Aunque, a tenor de lo que está pasando en Francia y de lo que pasó ayer en Andalucía, SI me surge una importante duda que posiblemente afecte por igual a TODOS los europeos.
He asistido en vivo y en directo al desembarco de “los partidos del cambio” que traían un inmenso regalo bajo el brazo: transparencia, auditoría de la deuda, participación ciudadana, y un largo etc. de incumplimientos, que ya no cabrían en una gruesa enciclopedia. Eso me despierta una pregunta que algunos altos responsables no parecen dispuestos a querer formular: tras la llegada del esperado cambio, ¿ha cambiado en algo la vida de los ciudadanos de a pie?
La respuesta evidente de los franceses es: NO. Y mucho me temo que ese NO, sea también el de los andaluces que ayer decidieron, o bien quedarse en casa rumiando su descontento, o bien ir a votar a la derecha y la extrema-derecha. No por amor, sino como un castigo a quienes creen que les han estafado.
El ya famoso 15M 2011, trajo a España una ola de simpatía popular, al igual que el movimiento “Gilets Jaunes” (Chalecos Amarillos) francés, sigue siendo apoyado por más del 75% de los ciudadanos franceses, incluyendo a la policía que, en pueblos y carreteras, simpatiza con quienes piden algo tan sencillo como un sueldo digno que les permita llegar a final de mes.
Cuando uno lee en la prensa que “Más de un tercio de los valencianos que trabaja, cobra menos de 655€ al mes”, se pregunta cual será el balance de esa misma estadística en Andalucía.
Triste es comprobar que nos hemos “distraído” del recto proceder que heredamos del 15M. NO hemos sido capaces de implantar las prometidas mejoras sociales. Aunque hayamos creado carriles bici y tengamos una televisión autonómica, pasamos interminables horas debatiendo sobre asuntos tan importantes y trascendentes que no nos han dejado ver las necesidades básicas de la gente sencilla: comer a diario, no ser desahuciada, poder vestir a sus niños y llevarlos a la escuela; gozar de una sanidad rápida y funcional y disponer de unos servicios sociales dignos de ese nombre.
En lugar de eso, “los del cambio” hemos ofrecido la patética visión de la cuchillada trapera a la compañera para alcanzar un puesto en una lista (que ni siquiera saldrá elegida). Hemos arrinconado a los compañeros que no se han querido arrodillar ante el gran líder supremo. En resumen: hemos ofrecido el mismo espectáculo circense que llevabamos años viendo en los partidos tradicionales y que tantas veces hemos denunciado.
Con semejantes alforjas, el resultado del viaje estaba cantado: Ahí tenemos a Vox, banderas ondeando en los balcones, odio al emigrante y a todo lo Catalán. Era sencillo ganarles con la razón, pero la sinrazón de nuestra mediocridad ha podido más que la lógica de las cosas. Ahora nos toca llorar porque lo que es dimitir, ya sabemos que es una palabra rusa que nunca se ha sabido conjugar en España...
Helio Yago.