¿Estamos asistiendo al fin del neo-liberalismo?
Si existiese un Premio Nobel a la torpeza e incapacidad, sin duda alguna se lo llevaría el presidente Macron. Resulta difícil encontrar a políticos más ineptos que los que configuran el actual gabinete francés. Cierto es que todos los partidos tienen las manos atadas a la hora de tomar decisiones económicas serias, o implantar políticas innovadoras que ilusionen a los ciudadanos, aunque siempre les queda la opción de cambiar “la letra”, para que la cantinela de siempre se digiera mejor…
En esa Francia de la que Macron se auto-proclamó Júpiter (ese dios que lo puede todo), las malas decisiones se han ido indigestando una tras otra, hasta conseguir los más elevados índices de revuelta social.
El primer error fue decretar la velocidad máxima de 80Km/h en todas las carreteras, seguido del montaje de un enorme entramado de radares para recaudar con multas. El gobierno no se dignó preguntar a alcaldes, diputados, “Prefets” (algo así como el delegado del gobierno en España). El gabinete dio por sentado que su omnímodo poder les permitía hacer eso y más, sin evaluar la accidentalidad, el nivel de tráfico, la existencia o no, de curvas o zonas peligrosas. Ni siquiera se planteó: "vamos a probar durante 3 meses, y viendo los resultados, ya decidiremos por consenso". Ese no es el estilo Macron, así que se impuso por decisión divina y punto.
Luego vino la subida de los carburantes, porque hay que ser ecológico. El mismo Macron que siendo ministro de economía del anterior gobierno, alentaba la compra de vehículos diésel, es el que ahora siendo Presidente, decide penalizarlos porque contaminan. Vaya novedad...
Evidentemente, ese paso inicia la revuelta de los “chalecos amarillos”, esa clase media empobrecida año tras año. Entonces, tras tres intensas semanas de movilizaciones, en las que Júpiter repite en bucle que no va a cambiar nada de nada, se produce un cambio de tercio forzado: al iluminado Jupiter se le ocurre nada menos que “premiar la violencia” y cede a las peticiones sustentadas en roturas de escaparates y coches quemados, diciendo: “entiendo vuestra justa cólera. Tenéis razón y ahora os concedo lo que pedís”.
No solo su respuesta llegó demasiado tarde, sino que resultó ser un mensaje desacertado: “no os doy lo que pedís a las buenas, pero si empezáis a repartir leña, a quemar coches y a pegar a la policía, cedo”. Tan brillante estratega, no esperaba (mira por donde) que en ese mismo instante, el rosario de peticiones se iba a incrementar exponencialmente y que los palos iban a subir en intensidad para lograr más y más reivindicaciones.
Tras ver los datos de ayer, 8º sábado de movilizaciones, tanto en ciudades importantes: Marsella, Toulouse, Burdeos, etc., como en la capital París, la violencia ha subido de tono y ya usados los muy escasos cartuchos que le quedan al gobierno, todos los analistas (salvo alguna excepción que confirma la regla) están de acuerdo en una sola cosa: la presidencia de 5 años, y el parlamento que la sustenta, se han quedado sin legitimidad y molestan más que otra cosa. O bien se articula cuanto antes el famoso RIC (Referendo de Iniciativa Ciudadana) que los revoltosos llevan semanas pidiendo, o bien se disuelve el parlamento, y Francia acude a nuevas elecciones.
No solo los “chalecos amarillos” han perdido toda confianza en el Estado (junto a la mayoría de franceses que sigue apoyando sus protestas), sino que la economía francesa se encuentra al borde del colapso. Los grandes almacenes y pequeños comerciantes, han visto caer sus balances. Hay fábricas que han dejado de producir porque los bloqueos de cruces y rotondas les impiden recibir el material que necesitan. El paro técnico aumenta, lo cual merma considerablemente los ingresos del Estado, al tiempo que aumenta sus gastos. La patronal que hasta ahora había apoyado al Presidente, está viendo como se difuminan sus beneficios, el turismo ha caído en picado, y esta “Jacquerie” (nombre que se daba a las revueltas populares del medievo francés) está clamando con voz cada vez más fuerte: "¡fuera Macron!, RIC o nuevas elecciones".
Los grandes estrategas del neo-liberalismo se han equivocado nombrando a un inepto que no ha sido capaz de vender bien su discurso. En lugar de eso: ha incendiado su país. No ya por sus decisiones, sino por la forma prepotente en que las ha tomado. Nadie sabe lo que puede pasar, pero es evidente que Francia no puede seguir así. Tanto Conservadores como Progresistas coinciden en el diagnóstico de la enfermedad: un presidente fallido e inútil.
A muchos les gustaría ordenar a la policía que disparase a matar como se hacía antes, pero las cámaras de medio-mundo están filmando, y no quedaría muy estético el asistir en directo a un derramamiento de sangre en las calles de Francia.
El ministro del interior da cifras de manifestantes que nadie cree, habla de legalidad republicana en juego, saca a toda la policía a la calle, pero no pudo impedir ayer, que un ministro tuviera que ser sacado por la puerta trasera de su gabinete, tras la entrada de manifestantes en el edificio. Cadenas de TV y periódicos repiten en bucle las consignas del gobierno y niegan legitimidad a las protestas, pero ya han sido atacados e incendiados algunos rotativos y estudios… No sé si este va a ser el principio del fin del neo-liberalismo (al menos en Francia), en todo caso, se le parece bastante…
Helio Yago.