Hoy día de la mujer: un pequeño escrito dedicado a mi madre, a quien tanto quise y tanto añoro.
Posted by admin on 12 Mar 2021 in Borrador de Memorias
Mi madre, la tía Isabel (tal como la llamaban en el pueblo), nació en Bugarra en 1919. La vida no le había reservado un porvenir alegre y fácil. Su madre, también llamada Isabel, a la que apenas conocí y ya en un tremendo estado de demencia senil, había dado a luz a una niña preciosa a la que iban a llamar Isabel, con la grave desgracia de que esa primera Isabel murió durante el parto. Así que decidieron seguir engendrando y el resultado fue mi madre a la que de recién nacida, su madre rechazó de inmediato pretextando que era fea contrariamente a su predecesora.
En aquellos tiempos no habían psicólogos ni psiquiatras que atendieran a los pobres, así que nunca pudimos saber que clase de desajuste mental padecía mi abuela, solo sé que a lo largo de su larga vida, jamás tuvo el menor afecto hacia su hija: ni siquiera un solo beso o una palabra amable salieron de sus labios para quien tanto y tan bien la cuidó en su vejez.
Ante el desamparo materno, mi madre se volcó con su hermano Vicente, un hombre encantador (según contaban). Inteligente chófer/mecánico (el primero en conducir el único automóvil del pueblo) que atrapó una tuberculosis en la mili, la cual se lo llevó a la edad de 24 años. Así las cosas, a la joven Isabel solo le quedó el refugio de ir a diario al campo con su padre. Los tiempos eran tan duros, que además de las labores caseras, todo brazo era imprescindible para cultivar lo que fuese con tal de combatir el hambre que les acechaba a diario.
De muy niña asistió a la escuela, donde doña Maria-Luisa, una maestra muy avanzada para su tiempo (a la que por suerte conocí siendo niño) quedó embelesada con Isabel. La niña era un prodigio leyendo ya a los 4 años de edad y comprendiendo perfectamente lo que leía. En la asignatura que llamaban “cuentas” (hoy aritmética), destacaba tanto que doña Maria-Luisa puso todo su empeño en hacerla estudiar ya que en este país hacían falta maestras con la capacidad que tenía Isabel, pero esa guerra estaba ya perdida por adelantado: mi abuela despreciaba la inteligencia porque no daba de comer. Ella solo quería a alguien que cocinara, fregara la mierda ajena, y cuando había algo de tiempo, llevara la huerta de la casa para generar alimentos.
Mi madre, la compañera Isabel, aprendió a plantar árboles y viñas, buscar setas comestibles, matar y cocinar los conejos y perdices que caía en las trampas que su padre le enseñó a poner. También sabía buscar las hierbas comestibles y hacer pan, y hasta podía dormir en el suelo pegada al mulo para no helarse en invierno. Entró en la CNT y conoció a mi padre, ya militante, a quien esperó pacientemente los 8 años que tardó en purgar su pena de muerte en varios campos de concentración y prisiones franquistas. Siempre me recordaba que, mientras mi padre a sus 17 años había salido voluntario hacia al frente del Ebro, ella plantaba olivos y acarreaba cubos de agua del cercano barranco para regar los plantones, mientras un “simpático” aviador italiano al servicio de Franco, disfrutaba acosando desde el aire a Isabel con el fin de ejercer su puntería con la ametralladora. Por suerte Isabel fue siempre más rápida que ese pobre orate que de tan entretenido que estaba persiguiendo a la joven adolescente, no vio llegar a otro avión, éste republicano, que derribo al italiano. Aunque escasamente, a veces hay justicia en los cielos de España.
Por razones, para mi evidentes, entre las cuales, seguramente jugó un papel muy destacado la clara necesidad de mano de obra obrera para reconstruir el país, tras los masivos asesinatos de republicanos en Paterna, por fin mi padre graciado de su condena a muerte, salió de la Cárcel Modelo de Valencia y Helio e Isabel se pudieron casar aunque cumpliendo con todos los ritos que ordenaba la Santa Madre Iglesia: Bautizo, Comunión, Confirmación y finalmente Matrimonio: un paquete de todo en uno, en un rato del mismo día y a las 6h de la mañana, porque el cura tenía mucho que hacer ese día. Como ya se les pasaba el arroz, pronto nació mi difunta hermana también llamada Isabel, que no pudo soportar las 48 horas de parto. Me atrevo a decir que tuve suerte, ya que de haber prosperado esa hermana, yo no estaría aquí. Mis padres habían tomado la decisión irrevocable de tener solo una hija o un hijo, fuera lo que fuera, sería uno solo para así desde su infinita pobreza poder ofrecerle un futuro que fuese mejor que su presente. Muerta mi hermana Isabel, en 1953 llegué yo, y me pusieron el nombre del padre, para seguir con la tradición.
Cuando apenas alcancé los 4 años, Isabel preparó a conciencia la maleta de madera para mi padre que tomó el camino de Francia para buscar donde dar una vida mejor al retoño, mientras nosotros: madre e hijo, nos quedamos en el pueblo, cultivando la huerta y criando gallinas y conejos que vender. La razón para quedarnos era muy lógica para mi madre: aunque nunca la quiso, asumió la obligación de cuidar, lavar, asear y dar de comer a su madre (mi abuela). Paradojas de la vida: Isabel supo sacrificarse al máximo por alguien que jamás la había querido y ni siquiera respetado. Ahí recuerdo que Isabel me decía y repetía: “hijo, no debes comer nunca más de un huevo a la semana, porque es malo para tu salud”. Tardé años en asimilar la piadosa mentira que le permitía vender más huevos al vecindario. Isabel no solo cultivaba y cavaba la huerta, también sabía que plantar, cuando y como. Cuando regar, cuando matar el pulgón, etc. así que aunque siempre ajustados de alimentos, no llegamos a pasar hambre. En casa se ahorraba para que yo pudiera sobrevivir a todas las enfermedades infantiles, y recibiera las vacunas contra todo daño imaginable.
Luego, ya liberados de la abuela, salimos para Francia, donde inicié mis estudios desde primero de primaria. Si bien ambos me cuidaron y velaron por mi escolaridad lo mejor posible, Isabel llevaba el timón de la nave familiar: las cuentas eran su especialidad, y mientras mi padre se deslomaba en el campo y con ello daba su tarea por cumplida, ella limpiaba (de rodillas) nueve casas y varias escaleras, además de lavar toda la ropa de la casa, hacer la comida y mantener la casa limpia. A ello dedicaba los domingos. Mi padre era el intelectual anarquista que muchos de mis profesores admiraban por sus discursos teóricos sobre el mundo libertario no violento, aunque también saboreaban las paellas de Isabel, o su arroz al horno. Nunca supieron que el auténtico motor que mantuvo a flote a nuestra familia era Isabel, cuyos desvelos por cuadrar las cuentas, planificar y resolver una a una las necesidades de la familia ocupaban su muy escaso tiempo libre. También debo agradecer su enorme interés por intentar hacer de mi, una persona independiente: si bien había dado por perdida la guerra con mi padre, insistía y yo le hacía caso en enseñarme a cocinar, y a cultivar y criar todo lo necesario para mi alimentación y a preocuparme de las tareas domésticas.
Hoy en día, y por mucho que lo haya hecho en el pasado por necesidades evidentes, me siento incapaz de matar un pollo, un conejo o una perdiz. En mi casa nunca hubo escopeta de caza, aunque en mi pueblo hay más escopetas que habitantes.
Así las cosas, si bien le debo a mi padre, las enseñanzas que me condujeron por camino de la no-violencia, debo agradecer a Isabel, el haberme enseñando a vivir de mi trabajo, cocinar lo que como, cultivar lo que me gusta y respetar la ingente labor de las mujeres de su generación.
Si Isabel viviera hoy, sé que su antes negada inteligencia, la habría enseñado a liberarse y a ubicarse en primera línea junto a tantas mujeres hermanas de lucha !!!! Desgraciadamente mi padre, Helio murió en 1996 e isabel no supo soportar su ausencia por lo que periclitó tanto mentalmente, que la tuve que ingresar en una residencia privada donde la fui a ver a diario hasta el fin de sus días en 2001. Aún así supo ser una gran lectora de Federica Montseny y sé a ciencia cierta que, si viviera ahora estaría gritando justicia junto a todas vosotras !!!
Helio Yago Mateu