Muchos llegamos a pensar (creo ahora que equivocadamente) el siglo XX como el que más horror había provocado en la humanidad. Destacó especialmente la Primera Guerra Mundial (1914/18) que se “vendió” como patriótica cuando era solo cuestión de intereses económicos y dominios sobre colonias a explotar. En esa guerra que causó millones de muertos en todo el mundo, Alemania ya hizo gala de una terrible ausencia del menor criterio ético-moral iniciando el primer uso bélico de gases de cloro en las trincheras: muchos soldados murieron expulsado sus pulmones a trozos por la boca…
Aunque con menos resonancia mundial, el alzamiento fascista español entre 1936/39 dejó a poca gente indiferente. Si bien la contienda bélica no tuvo nada que enviar en horror a todo lo ya conocido, la post-guerra nos dejó un poso aún pendiente de resolver: asesinatos, torturas y miseria, se convirtieron en el pan nuestro de cada día, hasta la muerte del Dictador en 1975. Ese último año de su vida, y contra un clamor mundial (incluyendo peticiones del Vaticano), no dudó en seguir matando opositores sin parpadear.
La Segunda Guerra Mundial 1939/45 puso a la humanidad contra las cuerdas de lo moralmente soportable, tras sus más de 70 millones de muertos: civiles rusos asesinados por considerarse infrahumanos, campos de exterminio y hornos crematorios donde perecieron más de 6 millones de judíos, junto a republicanos españoles, homosexuales, sacerdotes decentes, gente de etnia gitana, etc... y todo eso en ciudades del Este donde nadie oía nada ni veía nada, etc.
Esos aciagos tiempos de mediados del Siglo XX, dejaron tal huella de horror en la humanidad, que casi todos los dirigentes políticos del mundo, se lanzaron entusiasmados y de inmediato, a crear la Sociedad de Naciones. Antesala de lo que luego pasó a ser la ONU, cuya explícita misión era evitar con el diálogo la reproducción de semejantes atrocidades.
Es cierto que el horror de la guerra no deja indiferente a nadie, y la profusión de películas de guerra convenientemente aderezadas ha implantado un evidente y lógico rechazo hacia la violencia armada. Pero no podemos engañarnos: nada impidió que siguieran proliferando las “pequeñas guerras coloniales” que sin ser ya mundiales, desestabilizan regiones enteras atendiendo a meros intereses económicos. Desde la tan vilipendiada guerra de Viet-Nam, hasta la de Corea, llegando a la de Irak, tras pasar por decenas de ellas, tenemos un largo etc... de salvajadas humanas en las que ya no se lleva el agotado disfraz de patriotismo. Ahora se usan otros eufemismos. Ya no se estila decir: “Queridos conciudadanos tenemos que defender a la Patria amenazada por el sanguinario enemigo” ahora se suele decir “vamos a defender los intereses estratégicos que nuestras empresas tienen en esta región”. Da igual: las víctimas son siempre los mismos inocentes de siempre...En resumen, estamos igual que antes pero con el agravante de que ha triunfado un modelo económico liberticida y austericida que se ha quitado la careta del pudor y lo ha convertido absolutamente TODO, en mercancía a disposición de quien la pueda pagar. Lo que antaño provocaba rechazo social por su inmoralidad, ha pasado a ser algo tan natural, que ya se integra en el binomio mercantil convertido en religión: La Oferta nace de la Demanda.
Junto a las ya conocidas mercancías de toda la vida, ahora se ofrecen vientres femeninos para desarrollar fetos ajenos; órganos de recambio extraídos a niños del tercer mundo; se importan contenedores de mano de obra esclava, de mujeres destinadas a labores del hogar, y ya puestos, ¿como no? a su explotación sexual.
Ayer noche vi la película franco-libanesa: "Cafarnaúm" en castellano y de título original: “Capharnaüm” de la directora "Nadine Labaki". Una desgarradora muestra de lo que hemos hecho del siglo XXI. La película narra la vida de un niño de 12 años, condenado a buscar su sustento trabajando como una mula en las calles del actual Beirut, y que llega a denunciar ante la justicia a sus padres, a los que acusa de haberle traído a un mundo lleno de dolor, y sin más futuro que la miseria, los golpes y el hambre.
Si bien he visto con agrado la crítica que hace Carlos Boyero (el gran experto cinefilo del diario El País), creo que Carlos se olvida del segundo grado que también aparece en la cinta: la mercantilización de las niñas que acaban vendidas para ser esposas fieles a la edad en la que ya tienen la regla (en este caso 11 años), brutalmente fecundadas, antes de tener un mínimo desarrollo físico, lo que las lleva a ser madres a los 12 años, o a morir en el intento. También aparece en la cinta el clásico traficante de personas a quienes cobra mil dólares a cambio de un placentero viaje a la rica Europa, cuando en realidad los mete en jaulas para venderlos como esclavos.
Algunos optimistas irredentos creerán que esas cosas solo son posibles en un lejano tercer mundo al que somos totalmente ajenos. Craso error: no solo estaba todo organizado para que Europa pudiera vivir mejor. Eso ya es falso, porque esa miseria también está presente en nuestros barrios marginales de chabolas. La marginación social es cada vez más evidente en nuestro universo europeo y crece tan exponencialmente, que pronto nos llegará el turno, si no lo remediamos.
Aún recuerdo algo que me pasó en persona en Lima (Perú): sufrí el reventón de un neumático en plena ciudad y de madrugada. Me detuve en una gasolinera abierta, pedí ayuda para reparar mi rueda, y salió el dueño con un palo; ayudado de ese enorme garrote golpeó con fuerza un viejo bidón agujereado que había el el suelo, y de ese herrumbroso refugio salió un niño de no más de 12 años, somnoliento, vestido con harapos, y con cara de hambre. El dueño le ordenó a gritos que reparara esa rueda bajo una lluvia invernal, y lo hizo con presteza aún estando empapado hasta los huesos, porque le ayudaban dos cosas: el miedo al amenazante garrote del jefe, y la luz de los brillantes anuncios de Movistar y Repsol.
Pague la rueda, y con terrible vergüenza, le entregué al niño una generosa propina a espaldas de su patrón, aún a sabiendas que iría (posiblemente) a parar al bolsillo de un padre pobre y en general sin escrúpulos, que tal vez la usaría para emborracharse… Nunca lo supe ni lo sabré…
Lo único que sé, es que ese y no otro es el modelo de sociedad que esa senadora histérica boliviana auto-proclamada presidenta, desea para su país mientas enarbola una pesada Biblia y lo que es peor: contra toda lógica, nuestro gobierno se lo consiente, porque no nos interesan las miserias de Bolivia o sus habitantes, solo nos interesan las riquezas que hay en su subsuelo...
Helio Yago.