El “Graf Spee” en Montevideo (2ª parte).
Estabamos en Montevideo, ya habíamos dormido. Como siempre que he ido a Latino-América, me he adaptado a la perfección al efecto Jet-Lag (Cambio horario) a la ida hacia allá. Mi problema con el cambio horario ha sido siempre al regresar a España. Aquí al regresar me dormía a cualquier hora y tenía hambre a destiempo. Incluso llegaba a necesitar hasta 10 días (no siempre, por suerte) para recuperar el funcionamiento normal de mi metabolismo. Al llegar allá nunca sufrí el menor problema, lo cual era y es una suerte. Cada cuerpo reacciona de una manera y la mía era muy llevadera, al menos a la ida.
En aquella época yo era el más viejo del equipo, cumplí los 40 años en 1993, así que salvo ligeros errores en mis recuerdos, tenía unos 40 años y estaba rodeado de gente bastante más joven. Aún así, seguía siendo un respetado experto en Programación Orientada a Objetos (de iniciales: P.O.O.). No sé muy bien si todos me entendían, pero el auditorio me escuchaba sumido en un silencio casi religioso. Por aquel entonces mi misión consistía en pregonar esa nueva tecnología que ya ha pasado a ser normalmente asumida y sigue más que activa en casi todos los diversos lenguajes de programación al uso. Yo solía soltar sesudas conferencias sobre ese tema en el que evidentemente no faltaban las clásicas referencias a “Herencia”, “Polimorfismo”, “Encapsulamiento” y demás terminología “culta” propia de la P.O.O. aunque esa jerga es como toda jerga especializada, solo sirve para esconder conceptos sencillos. Tranquilos que no os daré un curso aquí...
El caso es que el mero hecho de nombrar Montevideo me recordaba las eternas diatribas con mi padre que me había iniciado desde niño a un estudio bastante profundo de la 2ª guerra mundial, y siempre hice una interesada lectura de la leyenda del “acorazado de bolsillo” alemán “Graf Spee” que reposaba hundido aunque aún visible en las escasas profundidades de la bahía de Montevideo tras la “batalla del mar del Plata”.
No procede contar aquí los datos de que dispongo sobre ese buque y el caballero marino que fue su comandante Hans Langsdorff (Esa información se pueden encontrar en cualquier libro sobre las múltiples batallas del atlántico, e incluso en Wikipedia). Solo diré que Langsdorff atrapado en el puerto de Montevideo en 1939, liberó a sus prisioneros, entregándolos a la marina inglesa, dejó libre a toda su tripulación (que mandó a la Argentina para que no fuera llevada presa) y se suicidó de un tiro en la sien envuelto en la bandera de su navío. No puedo negar cierta admiración por ese comandante que siempre respetó las reglas sagradas del mar, y que, si bien luchó en el bando equivocado, supo comportarse con una dignidad que su país ya no fue capaz de mantener después de 1939.
Me imagino que eso os dejará a todos fríos, pero para mi, el ver esos restos históricos era algo que llevaba excitando mi curiosidad desde niño y se depertó aún más cuando supe de ese viaje que me iba a permitir pasear libremente por Montevideo. Así que había decidido pedir que, por favor, en la visita programada a la ciudad, alguien tuviera la deferencia de llevarme a una de las colinas, desde donde se pudieran observar los restos del “Graf Spee”.
La realidad es que en mi vida viajera por Europa muy anterior (que ya contaré también), teniendo yo entre 19 y 21 años, fui con un grupo de amigos españoles rodando desde Valencia a Helsinki como músico. Me tocó soportar infinidad de burlas y negativas siempre que pedía un pequeño desvío para visitar algún lugar histórico que me interesaba. Estando en Munich, me costó Dios y ayuda el poder ver Nuremberg. También el poder tomar una cerveza en la Bürgerbräukeller (donde Hitler inició el fallido Puth). No hubo forma de visitar el cercano campo de concentración de Dachau. Tuve casi que implorar a mis compañeros en 1974 el poder pasar un día, aunque solo fuera un día, en Berlín Este y visitar la RDA, pero lo conseguí. La negativa iba siempre argumentada: “Deja de dar el coñazo Helio que pareces un intelectual. Estamos en 1974 y ahora en Alemania se celebra el mundial de Fútbol que es mucho más importante que unas ruinas históricas que a nadie interesan”.
Tal vez os suene raro, pero cumplidos ya los 40 años de edad, uno tiene la visión del mundo que se ha ido forjando a lo largo de sus lecturas, estudios y deseos, y por eso mismo quería yo ver lo que me interesaba, para escudriñar los detalles de lo que muy a menudo es solo un espacio físico en el que un indicio cualquiera te puede ayudar a entender el porqué tanta barbarie había asolado nuestra civilización en pleno siglo XX.
Así que hice mi petición, que fue atendida con gusto, aunque me sorprendió que nadie en Montevideo supiera que esos restos eran los del “Graf Spee”, Nadie conocía la historia de esos hierros a pesar de su presencia física en medio de la bahía. Aún así, no sentí desilusión al ver ese fragmento de historia: unos mástiles más que corroídos por el mar del plata, las antenas podridas medio-colgando, y el todo reposando sobre un amasijo de hierros en plena descomposición salina. Eran los restos del casco recorrido plácidamente por los peces en el centro de la bahía… Aquellas ruinas añejas en esa especie de laguna, solo me dijeron que una trágica historia había pasado por ahí de puntillas hacía ya más de 50 años, y ya sabía yo que una vez terminada, pronto había sido sustituida por otra historia mucho más trágica para los habitantes de esas tierras.
Es cierto que también me interesaba y no poco, el saber como vivieron allí su recién acabada tragedia, ya que sabía como todo el mundo que quisiera saberlo, que a Montevideo al igual que al resto de capitales Latino-Americanas había llegado en su día, otro más de los temibles golpes de Estado programados por la CIA contra “la amenaza comunista” que latía en las venas del cono sur y de toda Centro-América. Todo el “patio trasero” (back yard en inglés) de USA. Así es como llaman ellos la parte del continente ubicada al sur de Río Grande, había sido convertido en centro experimental de científicas torturas implantadas en ese amalgama de tenebrosas dictaduras tejidas por el el siniestro Henry Kissinger.
Irónicamente ese inventor de la propagación del terror indiscriminado por todo el continente, pertenecía a una familia de confesión judía que había emigrado a USA huyendo del nazismo (que irónica es la vida). Kissinger ostentaba a la postre el premio Nobel de la Paz gracias a los acuerdos que USA se había visto forzada a firmar con Viet-Nam para detener una guerra que nunca iba a ganar...
Si viajar en avión en los años 90 era diferente, también hacia ya un par de décadas que los premios Nobel de la Paz se otorgaban con más que dudosos criterios. No creo que los suecos le vayan a dar algo parecido (ni tan solo un mínimo reconocimiento) a Pepe Mújica que salió libre del infierno en 1985, es decir apenas 8 años antes de que yo fuera a ver su tierra…
Lo más terrible de ese paréntesis histórico que tantas vidas destrozó, es que los economistas yankees, que pregonaban la dictadura como modelo a exportar e imponer a ese sur rebelde, duró los suficientes años para destrozar con el terror un par de generaciones, hasta que sin pedir disculpas, los mismos economistas decidieron que al fin y al cabo, era mejor implantar democracias, y así se hizo. Sin dar cuentas, ni siquiera pedir perdón. Siempre hay quien se cree con derecho a hacer lo que le da la real gana en su patio trasero matando a diestro y siniestro. La única realidad que reconocen es la del Dolar...
Por supuesto, ironías de la visita, fuimos a visitar el primer Estado de Fútbol digno de ese nombre, construido en Latino-América, era el orgullo de Montevideo. Nuestros acogedores amigos estaban tan ufanos de tan monumental templo, que esta vez (cosa rara en mí) no me atreví a despotricar contra el fútbol. Era su pasión y la respeté al igual que ellos respetaron la mía por la historia.
En próximas entregas os hablaré de los estragos causados por las torturas científicas aplicadas tanto en Uruguay (También llamada la Suiza de Sud-América) como en otros países de su entorno, ya que tuve el dudoso honor de conocer a algunas víctimas de esa barbarie. Su paso por los centros clandestinos de tortura les había convertido en frágiles muñecos rotos para siempre (tanto por dentro como por fuera)…
Solo os quiero dejar claro que estas son mis vivencias reales. Tal vez serían más agradables si fueran inventadas, pero son fruto de mi experiencia personal que en algunos casos fue terrible, pero este mundo es así, y lo intentaré contar tal como lo he vivido…
Helio Yago.