Dolor y terror en Montevideo
Hace apenas dos días, comiendo con mis amigos artistas falleros, le recordé a mi buen amigo Toni Ramos, mi admiración por una de sus creaciones: una modesta y pequeña escultura de pastelina ubicada en su taller, a la que yo llamo “El mito de Sísifo”, y le comenté (una vez más) cuanto me gustaría tener algo similar, (pagando su trabajo, por supuesto). Dicha escultura representa a Sísifo, personaje de la Mitología Griega que fue condenado por los dioses, a quedar eternamente ciego y a empujar una pesada roca redonda desde el pie hasta la cima de una montaña. Una vez llegados arriba, la roca caía rodando hacía abajo. Sísifo bajaba andando (su único instante de descanso), y volvía a empezar el ascenso. Ese era su castigo hasta el fin de los tiempos.
El escritor y filósofo francés: Albert Camus (Premio Nobel de Literatura), escribió un brillante ensayo sobre ese tema, al que llamó "El mito de Sísifo" en el que textualmente dice: “la única reflexión filosófica que merece la pena, es pensar el suicidio.” Evidentemente, Camus habla en el contexto de la “filosofía del absurdo” también llamada “existencialismo” con la cual tampoco estaba él al 100% de acuerdo, aunque entendía que la vida tal como se concebía en pleno siglo XX, carecía totalmente de sentido, y añado que a mi corto entender esa carencia no ha disminuido, más bien sigue en aumento. Camus entiende aún sin citarlo en su ensayo, que Sísifo encarna el concepto que tan acertadamente defiende el filósofo alemán Nietzsche, que afirma que la humanidad está condenada a la eterna y dolorosa repetición (en bucle) de la historia. Ese pesimismo inherente a varias tendencias de pensamiento, no es, según Nietzsche, fruto de una reflexión puramente teórica, sino que anida en quienes vivimos inmersos en el sufrimiento diario. En mi modesta situación de enfermo crónico grave de una dolencia que se subtitula “enfermedad del dolor”, comparto esa reflexión. Por eso mismo vivo en el eterno pesimismo, ya que jamás en la vida encontré el menor indicio que me conduzca a cambiar de actitud: sigo sin ver futuro alguno a la humanidad.
Es cierto que tener pareja y/o disfrutar de hijos y nietos son enormes fuentes de alegría. Pocos lo negaran. Pero ¿Puede alguien afirmar hoy con seguridad que se siente optimista sobre el futuro que espera a sus hijos y nietos? Yo no puedo, ni tampoco lo podía en 1993 a mi paso por Motevideo.
Hay una especie de dicho popular que afirma que no hay peor desgracia para una madre o un padre que sobrevivir a un/a hijo/a. Siempre he creído que esa frase era muy acertada, pero cuando con 40 años cumplidos, yo pensaba estar de vuelta de muchas experiencias, conocí a un hombre en Uruguay que me hizo replantearme esa misma reflexión. Entendí que, en el campo de la infinita maldad, también hemos progresado los humanos para conseguir imponer algo aún peor: saber que tu hijo (o hija) es torturado en tu lugar, rebasando todos los límites concebibles. Y lo demencial no es que lo torturan por lo que ha hecho el retoño, sino para castigarte a ti padre o madre, como pena de sustitución. Aunque evidentemente este escrito es un alegato contra la tortura... Por mucho que hubiese hecho sea quien sea, nadie merece ser torturado. Absolutamente NADIE, y quiero ser totalmente categórico en mi afirmación.
La Inquisición en su cínica y burda interpretación de la voluntad de un Dios iracundo, malvado y castigador, ya demostró hace siglos que no habían límites éticos ni morales que pusieran trabas a martirizar el cuerpo humano.
Cuando el calendario se acercó a mediados del siglo XX, las diversas dictaduras tampoco se quedaron cortas a la hora de aplicar “tratamientos especiales” a las personas consideradas disidentes o enemigas de la patria. Pasaré de puntillas sobre lo que hizo Franco en España, es decir: nada diferente a lo hecho por esa banda de asesinos que por poco se adueñan de toda Europa.
Como siempre he aspirado a ser justo en mis ideas y escritos, no quiero pasar de largo sobre las violaciones de monjas vivas, y/o la profanación física de sus cadáveres enterrados en conventos, por parte de criminales muy mal auto-proclamados "anarquistas". Soy libertario, y me avergüenza que pudiera haber gente que se vanagloriase de semejante salvajada con la excusa de ser libertario. Entiendo que violar es violar, y precisamente es algo que, se mire como se mire, siempre resultará ser un acto CRIMINAL INTOLERABLE. Tampoco perderemos el tiempo comentando lo que ya sabemos: los ejércitos alemanes, en su invasión de Rusia hicieron uso de un terrible método que desgraciadamente ha cuajado, ya que aún pervive hasta nuestros días: la violación en masa de niñas y mujeres ha pasado a ser un “arma de guerra” más. Como era de esperar, la reciprocidad se entendió como justificada durante la “reconquista” emprendida por el Ejercito Rojo en 1945. A su llegada a Berlín pocas alemanas aún vivas habían escapado a las violaciones masivas perpetradas por oficiales y soldados soviéticos.
Existe una especie de credo americano que conduce a la búsqueda de lo que ellos llaman “optimización de los recursos disponibles”. Así que buscaron y encontraron a sádicos expertos en el campo del dolor, a los cuales asociaron una cuadrilla de “médicos” (he entrecomillado el título porque entiendo que NO se puede considerar médico a quien olvida su “juramento hipocrático” por un puñado de dólares, o por su amor a la patria y a una ideología cualquiera.)
El caso es que las dictaduras impuestas en América Latina estuvieron siempre acompañadas de un enjambre de asesores norteamericanos, que no eran otra cosa que sádicos muy bien entrenados, siempre acompañados por esos presuntos médicos dispuestos a determinar científicamente el como y el donde infligir el máximo dolor (físico y/o mental) y ya puestos medir la capacidad de resistencia de las víctimas para así llevarlas al "climax" del dolor.
Su increíble capacidad de dañar les permitió llegar más lejos aún de lo conocido: No solo se ejercitaron torturando a bebés ante sus padres para provocar confesiones de crímenes inexistentes. Su perversidad les llevó incluso a introducir electrodos en la vagina de mujeres embarazadas y enviar descargas eléctricas para que la madre torturada sintiera como se retorcía de dolor el aún no nacido en su interior.
Einstein afirmó que la estupidez humana es infinita. Estoy de acuerdo con él, pero a la vez convencido de que el sadismo y maldad inherente a los humanos también gozan del mismo privilegio: tampoco tienen límites.
Tal como hemos ido sabiendo a través de los años, allá se creó “La operación Condor”, que no era otra cosa que el reflejo de la obsesiva determinación de asesinar al menos a una víctima por familia, para que el terror se apoderara de todo el tejido social de ese “patio trasero” de Estados Unidos. Esa operación incluía el intercambio masivo de información de sospechosos familiares que vivían alejados de los sospechosos conocidos (por ejemplo en el país vecino) y con el claro propósito de enviar un mensaje a la población. vivas donde vivas, NADIE está al abrigo de ver desaparecer a un cercano, ya sea padre, hijo, hermana, madre, etc...
También se instauró una macabra liturgia: El modelo de coche “Ford Falcón” negro, sin placa de matrícula, conducido por sombríos y obedientes paramilitares, se detenía de madrugada en una puerta, y quedaba claro para todos que, prácticamente jamás se volverían a ver las personas que eran secuestradas y llevadas a lugares secretos (o no tan secretos) de detención, donde les esperaban espantosas torturas que en general solían acabar muy mal para la víctima. Ese era el plan y así se ejecutó…
Allí, precisamente en Montevideo conocí a un hombre que me dejó la marca indeleble del dolor exponencial. Era un famoso escritor, creo que a la vez profesor universitario, pero mis recuerdos no llegan a confirmar ese extremo. Solo recuerdo que era muy conocido por sus publicaciones, participación en tertulias, etc. Una noche alguien le avisó por teléfono que se había dado la orden de atraparles a su mujer y a él. Tuvieron que huir a toda velocidad al aeropuerto y embarcar en secreto rumbo a Europa para refugiarse en París.
Tal vez pensaréis que fueron afortunados, pues NO, y no lo fueron porque su hijo estudiante que había salido de casa en el momento de la huida, si que fue secuestrado por los pasajeros de un Ford Falcón negro sin matrícula, y por supuesto llevado a un centro de detención ilegal donde estuvo varios días sometido a las más atroces torturas imaginables. En esos espacios no se duerme ni se vive, solo se mide el tiempo entre las sesiones de dolor y terror, y se regresa a celdas tan diminutas que el detenido no cabe de pie, ni sentado ni estirado. Las memorias de Pepe Mújica están ahí, también atestiguan esa verdad e incluso han sido llevadas al cine en una película que no he conseguido terminar de ver NUNCA porque se me hace insoportable...
Ocurrió que a ese pobre estudiante, en una de esas espantosas sesiones, como ocurría en tantas y tantas ocasiones similares, se les fue la mano, y la víctima sufrió un paro cardíaco. El médico presente lo confirmó, y se procedió a seguir otra de las liturgias habituales: metieron el cuerpo en un Ford Falcon (negro y sin matrícula, como siempre) y tiraron sus restos en marcha al pasar por una esquina. Era habitual: los muertos torturados son muy útiles para asustar a los vivos que podrían sentir deseos de rebelarse… Por suerte o no (cada cual juzgará, yo no fui, ni soy capaz de hacerlo) alguien se encargó de recoger los restos de ese cuerpo martirizado y descubrió que milagrosamente aún latía su corazón. Fue escondido y más o menos curado. Nadie entre los salvajes se iba a preocupar de buscar a alguien que daban por muerto.
Pasaron los años. El joven permaneció escondido. Volvió la democracia y en cuanto fue posible, regresar con seguridad los padres regresaron de inmediato al Uruguay.
Evidentemente, el hijo que encontraron no tenía nada que ver con el estudiante que habían dejado en la flor de la vida. Era aún joven, pero ya no dormía, chillaba por las noches sumido en pesadillas atroces, tuvo derecho a los mejores médicos, psicólogos, etc.. y llegaron al convencimiento de que tal vez nunca podría volver a ser como antes.
Sus salidas a la calle eran experiencias de terror preñadas del miedo a cruzarse con alguno de sus verdugos y demás causas de angustia perfectamente comprensibles en un torturado hasta la muerte. Para decirlo en pocas palabras, la vida de esa joven víctima pasó a ser su calvario y el de sus padres. Tu que estás leyendo esto puedes imaginar el dolor del torturado y el dolor de sus padres que saben que su hijo fue torturado a muerte por una sola razón: ser su hijo. Aunque jamás me lo dijo, pensé que en algún momento de desesperación, tal vez su padre hubiese preferido haber tenido un hijo desaparecido al que podía honrar en la memoria, ya que ésta se va diluyendo con el tiempo por muy dura que sea. Sin embargo la presencia tangible de un hijo convertido física y mentalmente en un muñeco roto que sufre lo indecible, representa la eterna presencia de un dolor que a la vez agudiza la culpabilidad de los padres por haber huido sin él. Es algo de lo que nadie se puede librar nunca.
Ni siquiera intenté consolar a este hombre destrozado, entendí demasiado bien que cualquier intento de manifestar una empalagosa empatía hubiese sido interpretado como un ejercicio de falsa y asquerosa moralina fuera de lugar. Solo entiende un sufrimiento ajeno quien sufre algo similar.
Así que hice lo único que podía hacer: llorar al pensar en ese hijo destrozado que posiblemente jamás podrá borrar el terror de su mente, y en unos padres convertidos en otros Sísifos más (productos de la maldad humana) que irán empujando colina arriba esa roca de culpabilidad y dolor, que volverá a caer rodando colina abajo, atormentando a diario, por mucho que la sigan empujando colina arriba, mientras le quede un aliento de vida… Ese es el castigo eterno ideado por criminales que decidieron imponer a quienes cometieron el terrible pecado de atreverse a pensar... Ese es el comportamiento que cabe esperar de una parte del género humano a otra. Ya se hizo antes, se hace ahora y será así por siempre...
Helio Yago.