¿“Normalidad”? No gracias…
Entre los padres que esperan el nacimiento de un bebé, solemos oír a menudo: “¡Por favor, que sea normal!”. Desde que la humanidad existe, “El Poder” ha ido estableciendo claras barreras para acotar ese difuso concepto de “normalidad” inventando para ello reglas artificiales que permiten (en principio) etiquetar cualquier desviación.
La “anormalidad” permitió definir la “monstruosidad” aplicada a quienes con su cuerpo o comportamiento infringen leyes tanto humanas como divinas. Sin ir muy lejos, en pleno siglo XVII queda documentada la quema en la hoguera de hermafroditas, porque infringían la regla divina que define el género en los seres humanos: si el hombre tiene pene y la mujer vulva, un ser con ambos atributos solo podía ser “demoniaco”, lo cual ya pre-fijaba su único destino lógico: ser quemado vivo en la hoguera. Por supuesto, y aunque en menor grado, también se “monstrualizó” la ceguera, la sordo-mudez, la cojera y muchas otras “diversidades” tanto físicas como mentales. No obstante, la mayoría de esas “monstrualizaciones” se han aplicado históricamente al ejercicio de cualquier acto sexual que no tuviera como única finalidad la procreación.
Desde el medievo, las religiones han condenado la herejía siempre asociada a la sexualidad no procreativa: sodomía, onanismo, etc... En pleno siglo XVIII, cuando la religión comprobó que ya no era de buen gusto quemar hermafroditas por herejes, la masturbación pasó a ser su principal foco de atención: extensos tratados de “medicina” intentaron demostrar que la masturbación conlleva una degradación física tal, que ineludiblemente provoca la muerte de sus “practicantes”. La auto-satisfacción y el descubrimiento del “placer” que una persona puede darse a si misma (no importa el género), es no solo un pecado grave a evitar a toda costa (atando manos en la cama, imponiendo prendas que impiden el tocamiento, etc.), además de la multitud de enfermedades que a buen seguro acarrea, conduce al pecado del “vicio” traducido por “desviación sexual”: homosexualidad, lesbianismo, sodomía, etc.
Aún muy lejos de librarse de esos prejuicios medievales, parte de la sociedad actual sigue amparando semejantes sandeces: hace escasos días, aún circulaba por España el llamado “autobús del odio”, empeñado en estigmatizar a quienes se considera “monstruos” porque tienen una sexualidad diferente a la que marca una arcaica interpretación de la “ley divina”.
En el contexto de la “anormalidad”, podemos comprobar que, si bien por suerte, el Poder se ocupa de castigar las graves infracciones a las reglas del “contrato social” en vigor, tales como: asesinato, violación, y demás barbaridades que merecen el más rotundo rechazo social, ese mismo Poder tiende a mirar con especial gravedad y preocupación todas las “desviaciones” que puedan poner en peligro su ejercicio: las personas cuyo comportamiento es considerado “asocial” sufren una especial persecución ya que su actitud pone en cuestión los fundamentos que rigen la impuesta “normalidad” social.
Poco importa el país, la ideología o la cultura de una sociedad. En todo el globo, el ejercicio del Poder es siempre generador de una "normalidad" que se enfrenta la herejía de los que son "diferentes".
Por eso mismo, ni hay ni habrá nunca equidistancia legal: el Poder nuestro, bendice y aplaude el que miles de personas paseen con devota veneración la figura de un santo de madera, PERO se siente agredido cuando un grupo de seres considerados “anormales” pasea con sorna otra figura de madera. Ambas manifestaciones tienen la misma identidad, pero lo que en el primer caso es respetado y considerado natural, en el otro caso surge la persecución judicial por “infamia y agresión a los sentimientos religiosos”.
También por esas mismas razones, el Poder trata con inusitada benevolencia lo que algunos consideramos desviaciones del comportamiento: esos atropellos típicos de la corrupción político-económica. No es de extrañar que así sea, puesto que el Poder institucionalizado tiene como cimiento la podredumbre ética y el afán de enriquecimiento a cualquier precio, es lógico que no penalice las conductas sobre las cuales ese mismo Poder se asienta: Lo contrario sería una grave incongruencia.
El principal “¿adelanto?” que nuestras sociedades han sentido a partir del siglo XVIII, es la paulatina entrada en el tablero de juego de la psiquiatría que vino a compartir la capacidad de regular y castigar con el estamento judicial. Para ello empezó analizando infancia, juventud y evolución social de “monstruosos” infractores con afirmaciones periciales tan surrealistas como: “X de pequeña ya mostró un comportamiento inmoral alejado del de sus compañeras, su vida ha sido tan disipada, que solo podía conducirla a su actual estado de asocialidad.”, etc.
Si bien desde el siglo XVIII la psiquiatría ha evolucionado mucho y está jugado un importante papel en su intento de explicar la infinidad de diversidades que puede tener el comportamiento humano, no ha dejado de ser una herramienta más de opresión disfrazada de ciencia médica. Siempre útil para encerrar a los diferentes que tanto molestan. Sin volver tan atrás en la historia, a mediados del siglo XX, el nazismo, usando dictámenes de la psiquiatría oficial, se encargó de castrar, encerrar, reprimir e incluso asesinar a esos seres "diversos", considerados indignos de perpetrar la pura raza aria...
El Poder, siempre “normalizador” y condenatorio de lo diferente, ha intentado a toda costa (y sigue en ello), convertirnos en seres dóciles y permeables que absorben lo que les viene desde arriba en forma de reglas “moralmente correctas”, cuya misión no es otra que abrazar la “normalidad” y rechazar toda desviación. Cuando ya no basta con la religión, se emplea la ciencia médica. Al fin y al cabo, cualquier manifestación de libre albedrío o de diversidad física sigue siendo esa peligrosa inmoralidad que debe ser apartada y/o perseguida y castigada.
Helio Yago.
(Publicado en mi Facebook el 15/03/2017)