Recordando a Samuel Huntington
Mucho se está hablando del americano Samuel Huntington estos días. Su famosa tesis que empezó como artículo de prensa llamado “¿Choque de civilizaciones?” (con una interrogación al final), acabó en best seller, al ser editado y completado por el autor. Hay que recordar que en el título del libro ya había desaparecido el signo de interrogación que estaba en el artículo de prensa, lo cual convertía su enunciado: de ser pregunta pasó a afirmación.
Llevo días leyendo a Huntington, además de artículos sobre él y su obra. En lugar de recopilar y entrecruzar datos, he preferido traducir una conferencia dictada por el emérito catedrático canadiense de ciencias políticas en la universidad de Laval: Louis Balthazar. Aunque no comparto totalmente las tesis de Huntington, el doctor Balthazar me ha parecido una fuente pertinente por su claridad en la exposición que sigue:
Lo que decían los europeos imperialistas en la época colonial (británicos, franceses, alemanes, etc..) era más o menos así: Nuestra cultura es la mejor y la vamos a imponer a los demás. Frente a esa actitud que podríamos llamar europea, tenemos la muy diferente visión norteamericana que considera que su país ha sido encargado por Dios de llevar a cabo una misión universal que propone algo más cándido, infantil y a la vez mucho más pernicioso:
Nosotros los norteamericanos, hemos descubierto el paraíso terrenal perdido. Nuestra misión providencial (evidentemente animada por una fuerte corriente religiosa fundamentalista), nos ha llevado a rechazar todo lo que es malo y obsoleto en la historia de la Europa decadente. Por eso hemos creado un nuevo mundo basado en la libertad de los indivíduos, y ese nuevo mundo es el que conviene exportar a todo el planeta. Por eso, un americano no dirá nunca que “the american way of life” (el modo de vida americano) es un modo de vida más entre todos los posibles, más bien dirá que es la única forma válida de llevar una vida plena y libre en estos momentos.
Evidentemente es cándido e infantil, pero a la vez mucho más pernicioso. Jamás un francés, británico, alemán, etc... incluso en los momentos más fuertes de sus ansias colonizadoras de dominación imperial, han osado negar la existencia del que está enfrente. Sin embargo los norteamericanos si se atreven a negar la existencia del "otro". Para ellos, del punto de vista cultural o civilizacional, ya no hay franceses, ingleses, españoles o italianos, etc. Ya que todos los europeos pueden adoptar el modo de vida americano con absoluta facilidad y así alcanzar la plena felicidad.
Por desgracia, esa idea falsa y aberrante ha sido avalada por la emigración que creó los Estados Unidos. Ingentes cantidades de inmigrantes en diversas olas masivas, de toda clase de nacionalidades fueron llegando a esa tierra prometida y han adoptado su modo de vida. Por consiguiente, los americanos son capaces de pensar que si ese señor chino que vino como emigrante a San Francisco y fue un modélico norteamericano de los pies a la cabeza, ha procreado y dinamizado una extensa familia puramente americana ¿porque todos los chinos no van a ser como él? Y ya puestos, ¿porque China como país no va a desear adoptar el modo de vida americano si es ideal y perfecto?
Con semejantes mimbres uno puede deducir que lo que más se puede reprochar a la diplomacia norteamericana es su miopía cultural. Es un país con claras y manifiestas reticencia, dificultad e incapacidad de tomar conciencia de la heterogeneidad cultural del mundo. Precisamente ahí radica el estrepitoso fracaso de su diplomacia, ya que para tratar con el otro hay que dialogar y buscar puntos comunes de encuentro. Digamos que hace falta una mínima empatía para tejer lazos con países que tengan culturas diferentes. Ante ese reproche, los americanos dirán que no existen las “otras culturas”, lo han comprobado en su tierra donde tienen la mayor variedad de orígenes culturales llegados de todo el mundo y convertidos hoy en felices norteamericanos…
Se le podrán reprochar muchas cosas a Huntington, pero hay que reconocer que fue capaz de captar la inmensa variedad cultural que puebla nuestro planeta. En el contexto post-guerra fría, una vez colapsados la URSS y sus países satélites, es posible hacerse la pregunta: ¿de que se alimentan ahora los innumerables conflictos de este mundo? Huntington que es realista y a la vez pesimista escribe “El choque de civilizaciones” porque sabe que han habido y siempre habrán conflictos en el mundo.
Por eso se pregunta en su ensayo: ¿que provoca esos conflictos? Y se pone a buscar un nuevo paradigma que explique en que modelos se basan esos conflictos. No es el único en adentrarse en ese campo pero sus conclusiones son las que son: tras dos guerras mundiales provocadas por mandamases con ansias de poder; tras una guerra fría de 40 años de duración en la que el objetivo primordial de USA era contener la expansión de la Unión Soviética, estableciendo una clara división que se llamó en su día “Enfrentamiento Este-Oeste”, compuesto por los dos bloques hegemónicos. Aunque spenas quedaba espacio ideológico, se encajó el mal llamado tercer mundo donde muchos países en vías de desarrollo no deseaban alinearse con ninguno de los dos contrincantes, pero al estar a menudo en medio de sus trifulcas sufrieron en sus carnes las consecuencias de esa irreconciliable división. Ese era el planteamiento geopolítico que se estudiaba en USA hasta 1989.
Cuando desaparece la URSS, hay quienes desde USA propusieron unificar el mundo con peregrinos argumentos: si todos somos humanos e iguales ¿Porque no abolir las fronteras, crear un gobierno único un mercado único, y todos viviremos felices bajo el paraguas del perfecto modo de vida americano? Evidentemente, y a nivel mundial, los conflictos siguieron y siguen igual que antes, y de nada sirve soñar en panavisión y tecnicolor. Ahí es donde HuntiNgton llega a la conclusión de que los conflictos armados son casi siempre producidos por el choque entre diferentes culturas o civilizaciones. La identidad cultural es algo muy profundo en toda persona y condiciona sus afinidades, amistades y rechazos. Huntigton llega a la conclusión siguiente: las diferentes identidades culturales han tenido como a principal elemento vertebrador LA RELIGIÓN que de algún modo es el guía espiritual que mueve cada cultura.
Una vez más los acontecimientos llevan el agua al molino de Huntington: Bin Laden no parece en absoluto un revolucionario que lucha en defensa del pobre oprimido, sea o no creyente del Islam. Ese pobre que se inmola no se siente en absoluto enfangado en una lucha contra la explotación fruto de un imperio que le ha colonizado. Más bien defiende una visión fanática, sin límites morales o éticos, sustentada en intolerancia y sectarismo de carácter religioso islámico. Esas personas desprecian a un Occidente que consideran infiel, depravado y decadente. Luchan contra ese “enemigo” con lo que Carl von Clausewitz vino a llamar “pequeña guerra” que ante la desigualdad en recursos adopta la forma de terrorismo de carácter siempre inhumano, bajo el paraguas de meros motivos culturales y religiosos. Evidentemente el difunto Bin Laden no era un revolucionario ni era pobre. Era más bien rico y gozaba de una muy buena salud económica al ser ampliamente financiado por varios países petroleros del Golfo Pérsico.
Su lucha obtiene desgraciadamente un cierto éxito en diversas partes de Europa (entre ellas España, Francia, Austria, etc...). Tenemos que constatar que los fundamentalistas religiosos americanos que por suerte no son mayoría en su tierra (aunque gozan de mucha influencia y poder), usaron y siguen usando también su religión, para declarar la “Guerra Santa” al terrorismo islámico a nivel internacional, tras el vil atentado que destruye las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre 2001 dejando un tremendo reguero de muertos.
Evidentemente, podemos aceptar las tesis de Huntington y admitir que existe ese conflicto entre civilizaciones, pero eso no quiere en absoluto decir que nos guste o que lo aceptamos y apoyamos… Muy al contrario, si bien repugna a toda persona mínimamente humanista y sensata el terrorismo islámico que tanto daño ha causado, también nos repugna a algunos, esa Guerra Santa iniciada por George W. Bush, apoyado por el británico Tony Blair y el Español J.M. Aznar. Guerra que tan cara en vidas ha costado a la humanidad entera. Además de haber dejando una terrible inestabilidad política en todos los lugares a donde esa coalición ha intervenido para supuestamente implantar democracia y libertad. Es evidente que sus "logros" no han sido esos, ya que de momento solo han provocando fuertes olas migratorias hacia occidente, las cuales han alimentando corrientes de xenofobia en toda Europa.
Sirva de pregunta la visión de esas madres americanas que en el 20 aniversario del 11-S pasearon las fotografías de sus hijos fallecidos como soldados americanos en los múltiples frentes que su país abrió tras la ilegal declaración de "Guerra Santa". Tampoco hay que olvidar las imágenes de soldados encarcelados, vejados y torturados en la tristemente famosa prisión de Abu Ghraib (Bagdad).
Muchas personas, sea cual sea su origen o cultura, se siguen hoy preguntando si merecía la pena meterse en semejante berenjenal, cuando tras 20 años de conflicto y decenas de miles de muertos, no se ha alcanzado meta alguna. Encima la aventura ha acabado de la peor manera posible: la estrepitosa derrota en Kabul ante el imparable auge de los talibanes de Afganistán, antaño aliados de USA en su lucha contra los intentos de expansión soviética, hoy enemigos mortales de occidente.
Si eso no es suficiente, los "patriotas" hispanos más escorados a la ultraderecha, triunfan en Madrid defendiendo la libertad de comer un bocadillo de calamares en plena pandemia, al tiempo que defienden dictaduras pasadas y califican a los extranjeros de enemigos a combatir. Que se pare el mundo: ¡Me quiero bajar!